El Consejero del CNE, doctor Juan Pablo Pozo, escribió el artículo «La democracia en el contexto suramericano», que salió publicado en la revista Mundo Electoral. A continuación está la publicación completa, la misma que también se puede encontrar en el portal www.mundoelectoral.com
La democracia en el contexto suramericano
Vivimos en Suramérica y ciertamente en el Cono Sur, de espaladas unos a otros, la competición prevalecía sobre los impulsos de cooperación. Fue necesario el regreso de la democracia, para afirmar áreas de real convergencia entre países que, aunque físicamente contiguos, vivían desde hace mucho alejados entre sí, alejados y hasta incluso en disputa bajo signo de una cierta irracionalidad»² Hasta 1978 sólo Colombia y Venezuela tenían gobiernos democráticos.
«La democracia en nuestra región ha recorrido un largo camino que, con altibajos, es, hoy, una realidad objetiva que marcha hacia su consolidación. El régimen democrático se erige como el único mecanismo legítimo de gobierno en nuestros países. Sin embargo, la persistencia de elementos de precariedad en el desarrollo de nuestras instituciones y culturas democráticas plantea retos aún pendientes»³.
En este contexto, considero importante resaltar las palabras del ministro de Relaciones Exteriores de la República del Perú, Sr. Rafael Roncagliolo, quien señala que «es muy significativo el hecho de que los gobiernos suramericanos, en su totalidad, no muestren ninguna duda cuando se trata de proteger la democracia. Frente a la perspectiva de la amenaza de la ruptura de la institucionalidad democrática en los países miembros, la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) ha sabido responder con la celeridad y la eficacia necesarias siempre más allá de las tendencias político-ideológicas.
Estoy convencido de que la consolidación y la profundización de las democracias suramericanas requiere ser promovida, fortalecida y defendida colectivamente por los países que tenemos un espacio continuo y un futuro necesariamente compartido. Por eso, el proyecto de UNASUR que nació hace doce años en Brasilia y adquirió su carta de identidad en Cuzco 2004, es un proyecto de concertación e integración entre países democráticos y hace de la democracia la condición de su existencia y requisito principal para la participación en la unión»?.
Democracia. El término democracia se usa de tantas y tan diversas formas, que con frecuencia se abusa de él, en la mayoría de los casos con motivaciones políticas y en otros con pretensiones académicas. Las dictaduras de nuestras latitudes, por ejemplo, solían decir, para legitimar su origen fraudulento, que sus regímenes se habían construido sobre la base de postulados «populares» y «democráticos». Así también, dentro de la propia reflexión académica se constata una fijación por establecer todos los adjetivos posibles para cualificar al sustantivo, ejemplos: «democracia tutelar», «democracia orgánica», «democracia delegativa» y varios cientos más.
Según un estudio reciente, la literatura que trata el tema ha generado más de 550 adjetivaciones?.
Por ello es necesario precisar qué entendemos por democracia, cómo se legitima y cuáles son sus rasgos constitutivos. Convencionalmente, y de acuerdo con la propia experiencia de los sistemas políticos latinoamericanos, la democracia supone tres principios fundamentales con los cuales la Constitución ecuatoriana concuerda plenamente:
(1) El principio de la participación ciudadana;
(2) El principio de la competencia, por la cual deben existir concursos justos, libres y regulares para captar el respaldo popular, es decir, elecciones legítimas y transparentes; y,
(3) El principio de responsabilidad de los gobernantes políticos con sus electores, para que los primeros sirvan de representantes de intereses sociales y puedan así justificar sus acciones, a fin de permanecer en el cargo.
Estos principios, sin embargo, requieren de procedimientos. Es decir, que la aplicación en términos efectivos de los valores democráticos, depende de grandes consensos sociales sustentados, en la mayoría de los casos, en derechos y garantías constitucionales y legales. Pensadores como el politólogo estadounidense Robert Dahl, han propuesto «un mínimo de procedimiento» para el ejercicio práctico de la democracia. Estos pueden condensarse en ocho grandes garantías que los estados deben reconocer a sus ciudadanos:
(1) Libertad para formar organizaciones y unirse a ellas.
(2) Libertad de expresión.
(3) Derecho al voto.
(4) Posibilidad de ser elegido para un cargo público.
(5) El derecho de los dirigentes políticos a competir para lograr apoyo y votos, en igualdad de condiciones.
(6) Fuentes alternativas de información.
(7) Elecciones libres y justas.
(8) Instituciones para hacer que las políticas gubernamentales dependan de los votos.
Hablamos de democracia completa, cuando estos ocho requisitos se combinan dentro un sistema político. Los problemas surgen cuando estas características no aparecen juntas. Por ello, la necesidad de explorar las relaciones, no únicamente entre partidos y democracia, sino trascender la lógica de la ingeniería electoral clásica, para empezar a indagar la relación entre derechos y democracia; y más específicamente, entre derechos y elecciones. No hay que olvidar que el acto electoral constituye un componente «procedimental» de la democracia, los derechos, un componente «sustancial».
DEMOCRACIA Y ELECCIONES
Por «democracia electoral» siempre se ha entendido de forma clásica, la existencia de elecciones libres y justas.
«Durante un largo tiempo ha predominado una falsa sinonimia entre democracia y elecciones limpias. Las elecciones limpias son un componente fundamental. Luego se ha abierto, felizmente, una segunda dimensión en que la democracia no solo son elecciones limpias sino también separación de poderes y los límites ante el poder del Estado. Pero se ha olvidado una tercera dimensión que tiene que ver con los resultados democráticos o la capacidad de la democracia para cumplir con su tarea fundamental que es no crear problemas a la gente sino resolverlos»?.
Analizando solamente la dimensión clásica de democracia, coincido con varios autores que señalan que la ausencia de elecciones, o la celebración de elecciones no trasparentes, significa que un país no es democrático. El gran poeta mexicano Octavio Paz decía: «Una democracia sin elecciones libres es una democracia sin voz, sin ojos y sin brazos». En la historia reciente de América Latina, la dictadura y la autocracia han sido más la regla que la excepción.
Si hacemos un análisis retrospectivo, existen categorías intermedias, entre democracia electoral y dictadura. Lastimosamente, la política no siempre dio acceso a todos. Durante buena parte de la vida republicana de nuestras naciones, la celebración de elecciones fue muy restringida, pues todos los candidatos provenían de una élite socio-económica y el sufragio sólo se extendía a una porción reducida de una población «adulta», atendiendo a requisitos de alfabetización, propiedad, género y origen étnico. Este sistema se inscribe en el modelo de «oligarquía competitiva» y excluyente, muy habitual en Suramérica a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Por ello no basta con que las elecciones sean libres, sino que deben también ser justas y transparentes. Es decir, cualquier persona en el uso de sus derechos políticos debe ser libre para participar en el proceso electoral -sea como votante o candidato-, pero también el sistema electoral debe tender a asegurar la representación de las mayorías y minorías. Sólo de esta forma se podrá asegurar que el pluralismo social se transforme en pluralismo político y el pluralismo político se transforme en pluralismo institucional.
El investigador argentino José Nun, en sus reflexiones sobre la democracia, tituló su libro: «Democracia, gobierno del pueblo, gobierno de los políticos». Aquí se cuestiona si la democracia es solamente una formalidad para elegir representantes o es algo más. En la misma forma, Norberto Bobbio decía: «Para un régimen democrático, estar en transformación es su estado natural. La democracia es dinámica, el despotismo es estático». Yo creo que si nosotros miramos con justicia lo que ocurre en la región encontraremos posturas diversas y contradictorias respecto a las prioridades en materia de integración; sin embargo, es evidente una especie de gran fermento, de gran efervescencia, que debemos aprovechar para fortalecer y enriquecer el mejor sistema de gobierno que ha inventado la humanidad: la democracia.
BREVE APROXIMACIÓN AL CASO ECUATORIANO (CONSTITUCIÓN 2008)
El peligro mayor de una democracia es tener una sociedad ausente, una sociedad imperceptible? y no participativa.
Es aquí cuando la Constitución ecuatoriana del 2008, adquiere una relevancia particular, pues pone en discusión el papel que las instituciones y la propia sociedad deben asumir en el contexto de un Estado de derecho y justicia, construido sobre el garantismo constitucional.? La constitucionalización del ordenamiento jurídico ecuatoriano es ya un proceso en tránsito que está reconfigurando un marco normativo e institucional, que históricamente fue diseñado para obedecer más a objetivos cortoplacistas que a proyectos integrales y sostenibles en el tiempo. La aplicación directa e inmediata de nuestra Constitución, así como su efecto vinculante, son dos de los elementos estructurantes que buscan instaurar un nuevo modelo de convivencia democrática.
Las lógicas tradicionales de entender el gobierno, la gobernabilidad y la gobernanza, han sido interpeladas y puestas en cuestión, por sujetos sociales y políticos dotados de una fuerza con legitimación «constitucional». Siempre se habló sobre la «capacidad de control institucional del cambio social por parte del conjunto del sistema político»?, quizá hoy deba pensarse esa misma relación, pero en su sentido inverso, es decir, la capacidad de control social del cambio institucional en la integralidad de un sistema político complejo.
Me parece fundamental mencionar lo que nuestra Constitución Ecuatoriana establece en su art. 1 que el Ecuador es un Estado constitucional de derechos y justicia, por tanto, permite también la posibilidad de crear un espacio social en que se vayan fortaleciendo los derechos existentes y creando nuevos.
La democracia es la única vía para alcanzar un horizonte de justicia social. Allí radica su razón de ser y la necesidad de su defensa.
Toda la región debe trabajar en la «construcción de nuevas nociones de ciudadanía acorde con los nuevos andamiajes institucionales con los que buscamos consolidar nuestros estados en este siglo que comienza. Debemos trabajar en ampliar las bases representativas de las democracias, pero también ampliar las bases de participación social y ciudadana. Ese será el mejor camino para imprimirle una estabilidad más participativa a nuestras democracias.
El fortalecimiento de nuestros sistemas políticos no puede limitarse a respetar los ciclos electorales. Debemos evitar caer en los pozos ciegos a los que nos conducen el exceso de formalismo. La consolidación de la democracia se verifica en el trabajo cotidiano de los estados y en la riqueza política de nuestras comunidades»¹?.
La ampliación y fortalecimiento de los mecanismos colectivos para la difusión y defensa del orden democrático, cobra enorme relevancia para promover la institucionalidad democrática, el Estado de derecho, el orden constitucional y la paz social de nuestros pueblos.
Esta corriente integracionista, de la cual hoy nuestras generaciones, a diferencia de otras, la pueden disfrutar y recrear, sólo adquirirá sentido con la hermandad de nuestros pueblos.
En este punto del desarrollo del artículo, vale recordar lo que el gran poeta y también político fallecido hace 3 años, el uruguayo Mario Benedetti decía: «Lento, pero viene el futuro real, el mismo que inventamos nosotros y el azar, cada vez más nosotros y menos el azar».
Finalizo señalando que la democracia no es perfecta, es eternamente perfectible, la búsqueda es permanente y es tarea de todas las generaciones, cada generación se hará responsable de lo vivido, pero sobre todo de lo asumido. La democracia no solo se «construye», como dice el enunciado del Consejo Nacional Electoral del Ecuador, la democracia se la sueña, se la siente , pero sobre todo se la vive desde la práctica diaria y la ejecución real de una participación ciudadana activa, pero responsable. Siempre pensaré que lo que hace verdaderamente grande a un país es la participación de su gente.